Curso de Teología [1º] (1999-2000) Introducción a la teología (1)
1. Fe teologal y ciencia de lo revelado (Barcelona, 21.X.1999)
El término «teología» ha tenido una evolución histórica compleja, antes de que llegase a significar la elaboración racional de la que Santo Tomás llamaba «ciencia sagrada».
En Aristóteles la episteme theologike se identifica con la «ciencia que contempla lo que es en cuanto que es», en el sentido de que sólo en esta ciencia que se llamaría después ontología el entendimiento humano, buscando conocer la primera causa de la universalidad de los entes, alcanza a conocer la realidad divina. Damos el nombre de teología natural a la parte última, es decir, al tratado metafísico sobre Dios como primera causa del ente.
Pero, como precisa Santo Tomás:
«Nada impide que aquello mismo de que tratan las disciplinas filosóficas, en cuanto cognoscible por la luz de la razón natural, sean tratadas también por otra ciencia en cuanto que son conocidas por la luz de la revelación divina por lo que la teología que pertenece a la ciencia sagrada es de otro género que aquella teología que es una parte de la filosofía» (S.Th. Iª, q. 1ª, artº. 1º).
San Agustín polemizaba en la «Ciudad de Dios» contra el pensador anticristiano Varrón, que entendía por teología todo lenguaje humano sobre las cosas divinas, y distinguía la teología mítica, la teología política y la teología física o natural tratada por los filósofos.
Nosotros hablamos, ya desde siglos, de la teología entendiendo por ella un saber científico que toma sus principios de la fe teologal, y cuyo contenido es Dios mismo y todo cuanto a Dios se refiere, según que nos ha sido dado a conocer por la revelación, más allá de lo que sería cognoscible por principios de evidencia meramente racional.
La teología, así entendida como perteneciente a la ciencia sagrada, tiene su punto de partida en lo creído con fe teologal, y argumenta, utilizando también principios filosóficos, a partir de lo creído, y para profundizar en la «inteligencia de la fe», y al servicio, «de la fe que busca el entendimiento», según formuló el Doctor de la Iglesia San Anselmo de Canterbury.
Se ha llamado también a la teología metafísica del dato revelado, y es obvio que carecería de sentido para cualquier posición filosófica que negase la posibilidad para el entendimiento humano de cualquier conocimiento ontológico, y consiguientemente la posibilidad de cualquier afirmación especulativa sobre un Dios trascendente a la experiencia humana y que podamos afirmar más allá de lo inmanente y fenoménico.
Todo este tipo de filosofías obligaría a la fe religiosa a optar por tesis «fideístas» y negar todo conocimiento racional previo al acto de creer o ejercido en el mismo acto de creer, así como negarían el sentido de que el creyente pueda correctamente proceder, a partir del acto de fe, a una elaboración racional dirigida, al servicio de la misma, a elaborar sistemáticamente una comprensión «teológica» del universo creado y de la vida humana.
La Iglesia católica enseña que Dios principio y fin de todas las cosas puede ser racionalmente conocido por el hombre (Con.Vat. I.; DS 3004). La afirmación de que tal conocimiento, en la actual situación de la naturaleza humana heredera del pecado, resultaría dificultoso y se mezclaría frecuentemente con errores (Iº C.G., c.4º y 5º) que Santo Tomás sostiene hasta el punto de decir que sin la revelación en Cristo «hubiera quedado abolida totalmente la tierra la noticia de Dios, la religión, y la honestidad de las costumbres» (S.Th. IIIª, q. 2, artº. 6 in c.) no es contradictoria con la enseñanza, fundada en San Pablo, en la tradición de los Padres, y definida en el Concilio Vaticano I, de aquella capacidad racional, natural, para el conocimiento de Dios.
Esta capacidad racional del hombre para elevarse al conocimiento de Dios, se identifica con la que podríamos llamar la potencia obediencial del hombre como sujeto inteligente, para ser receptor de la fe sobrenatural que le da a conocer lo que está por encima de las fuerzas naturales del hombre, y está más allá de todo lo que el hombre podría naturalmente concebir acerca de Dios.
Por esto, los teólogos elaboraron correctamente la doctrina de los «preámbulos de la fe». Verdades de orden racional, y que podrían ser elaboradas por una filosofía verdadera, que se presuponen en el ejercicio mismo del acto de creer: la afirmación ontológica realista; la aptitud del entendimiento humano para la verdad; el carácter personal de Dios, inseparable de un concepto correcto de la creación como acto divino libre; el libre albedrío humano, sin el que carecería de sentido todo el orden moral y el de las promesas y leyes divinas.
También se habla de los motivos de credibilidad, de los que trataremos en una sesión próxima. El reconocimiento de que quien rechace la gracia que mueve su voluntad a que impere al entendimiento el asentimiento de la palabra revelada (S.Th. IIª-IIª, q. IIª, artº. 9 in c.), muy difícilmente reconocerán la acción preternatural de la providencia divina en el mundo (profecías, milagros) no implica que pudiésemos dar sentido a la fe negando la posibilidad de la experiencia histórica de los hechos en que se ha manifestado la acción salvífica de Dios en favor de la humanidad redimida.
Es además obvio, como se ve por la historia y la evolución homogénea del dogma, que la razón humana se ejercita en el acto mismo de creer, que de otro modo carecería de sentido. Por lo mismo, antes y después de la enunciación dogmática, se da un raciocinio que apoya y desarrolla el contenido revelado.