El antiteísmo marxista no puede ser comprendido sino desde el mensaje de san Pablo en su epístola a los Tesalonicenses: el hombre empecatado se rebela «contra todo lo que se llama Dios o recibe culto». Contra la fe verdadera en Dios y contra cualquier tipo de religiosidad y aun de idolatría. Su mismo «antifascismo» se dirige no contra los errores estatistas, de inspiración también hegeliana, sino contra cualquier afirmación de un principio unitario y absoluto más allá del hombre.