La Montaña de San José (Enero 1992)
Hablando en la solemnidad del Glorioso Patriarca, el Papa Juan Pablo II calificó a San José como «modelo de sabiduría para todo creyente». Estas palabras nos invitan a una reflexión que nos libere de ideas equivocadas que prácticamente pueden confundir y debilitar nuestra vida cristiana.
Hay ciertamente una sabiduría filosófica, de orden humano y que se obtiene por el esfuerzo de la razón. Su uso es legítimo para el cristiano, e incluso la Iglesia establece ordinariamente que quienes se forman para el sacerdocio pongan sus estudios filosóficos al servicio de su formación teológica.
Pero la validez de estos instrumentos racionales no puede hacernos olvidar que al cristiano le pertenece, en cuanto santificado por la gracia y hecho hijo adoptivo de Dios, otra más íntima, más profunda y más sencilla y humilde sabiduría, que es recibida al infundirnos en el bautismo con la gracia santificante, también las virtudes y los dones del Espíritu Santo.
De esta sabiduría puede participar todo cristiano en la medida de su fidelidad a Dios y del fervor de su caridad. Es muy frecuente que Dios la comunique en grado excelso a hombres y mujeres, que desde el punto de vista de la sabiduría plenamente humana, serían calificados como ignorantes e incultos. La sabiduría que viene de Dios exige para ser recibida humildad y amor, por los que nos hacemos receptivos y abiertos a los dones divinos.
Si no olvidásemos esto nunca, comprenderíamos que así como llamamos a María «Trono de la Sabiduría», y no porque le atribuyamos la grandeza de la humana filosofía, sino precisamente por su entrega creyente y pronta a los designios divinos así también a San José, el custodio paterno del Redentor como cabeza de la familia sagrada en que la Iglesia nace, tiene que ser contemplada por nosotros como el modelo de aquella sabiduría tantas veces oculta a los «sabios y prudentes» según los criterios mundanos y revelada a los pequeños que reciben el evangelio con actitud de infancia espiritual.
Francisco Canals Vidal