7. Yahweh, el Señor Nuestro, es Yahweh único

Curso de Teología [1º] (1999-2000) De Dios Uno (1)

7. Yahweh, el Señor Nuestro, es Yahweh único (Barcelona, 2.XII.1999)

Tetragrammaton de Ex 3, 14

Tetragrammaton de Ex 3, 14

«Que existe un solo Dios, verdadero y vivo, Creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, y que no puede ser comprendido, infinitamente perfecto en el entendimiento y en la voluntad y en toda perfección, absolutamente simple e inconmutable sustancia espiritual una y singular, distinto en su realidad y en su esencia de este mundo, en sí y por sí mismo infinitamente feliz e inefablemente excelso sobre todas las cosas distintas de Él mismo que existen o que pueden ser pensadas como posibles». Lo cree y confiesa la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Así lo definió el Concilio Vaticano I (DS 3001).

El propio Concilio definió que la Iglesia sostiene «que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana…; Sin embargo plugo a su sabiduría y bondad revelarse a sí mismo y los eternos decretos de su voluntad al género humano, como enseñó el Apóstol Dios que habló muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por sus Profetas, últimamente en estos días no ha hablado en su Hijo».

Y enseña también el Concilio que «hay que atribuir a la revelación divina que aquello mismo que de suyo no es inalcanzable en las cosas divinas por la razón humana, pueda ser conocido, incluso en la presente condición del linaje humano por todos, con certeza firme, y sin mezcla de error» (DS 3004-3005).

En la revelación divina se contienen muchas cosas no alcanzables por la razón humana, como el misterio de la Trinidad de personas. Pero, según fue definido en el Concilio Vaticano I también se contienen en la revelación afirmaciones sobre Dios que podrían ser, de suyo, cognoscibles por la razón humana. Entre estas está su existencia y aquellos atributos que antes hemos visto en el texto del propio Concilio.

La revelación no es necesaria absolutamente, pero sí lo es con necesidad moral, según enseñó Pío XII (Humani generis, 12 de agosto de 1950, nº 3875 y 3876).

Santo Tomás llega hasta reconocer que algunas verdades pueden ser sabidas por unos que para otros son sólo creídas (S.Th. IIª-IIª, q. 2, art. 4º, ad 3). Esto se hace a otros autores problemático, una tendencia bastante difundida tiende a contraponer de manera casi insalvable el conocimiento natural y racional de Dios y el conocimiento revelado del mismo.

La contraposición de Pascal entre «el Dios de los filósofos y el Dios de Abraham, Isaac y Jacob» ha sido como ejemplar y emblemática de aquella tendencia. Si uno se deja llevar por ella se sigue también la consecuencia de la no legitimidad del uso de conceptos filosóficos, originados las más de las veces en la filosofía griega, para pensar el contenido de la fe.

De este modo se ha tendido a considerar como contaminación racionalista, que incapacita para una lectura auténtica de la Sagrada Escritura, toda la tarea teológica que al busca la «inteligencia de la fe», ha subsumido al dato revelado conceptos filosóficos. Aunque esto se hizo en realidad desde San Justino, la Escuela de Alejandría, y por el propio San Agustín, la acusación, especialmente en el ambiente jansenista, se dirigió principalmente contra los doctores escolásticos.

La tensión suscitada por un exclusivismo de la «teología positiva», frente a la escolástica, ha tendido a considerar aquella en un plano meramente histórico, desdeñoso incluso con las formulaciones dogmáticas. En otros casos se elabora una doctrina que se pretende exclusivamente fundada en la Escritura, pero que, por el desdén hacia el dogma derivado de estos exclusivismos, deja la lectura de la Biblia sometida a «hermenéuticas», con pretextos diversos (sociológicos, de filosofía de la cultura y del lenguaje etc) e inconexa respecto del Magisterio, de la Tradición y del sentido de la fe del pueblo de Dios.

En el tratado de Dios Uno hay que evitar estos peligros, y aprovechar con los escolásticos, y de acuerdo con el Magisterio dogmático de la Iglesia Católica, aquellos conceptos filosóficos desde siglos asumidos en lenguaje cristiano.

No por ello hay que confundir el tratado teológico de Deo Uno con una Teología natural, aunque esta fuese fielmente tomista. Santo Tomás nunca elaboró un tratado metafísico sobre Dios, pero utilizó en cambio muchos principios y conceptos metafísicos en la elaboración escolástica de aquel tratado.

Tampoco hay que olvidar que en este tratado teológico de Dios Uno, precisamente por su carácter de fundado en la revelación, Santo Tomás invoca siempre textos bíblicos. En él no aparece en modo alguno aquella dualidad antitética entre el Dios de Abraham, Isaac y Jacob y el Dios de los filósofos.

Lo que sí aparece es la atención a aquellos misterios divinos que ya en el Antiguo Testamento, y con anterioridad a la explícita manifestación de la Trinidad de personas, encontramos en los Profetas: misterios en los que Dios se revela como el Señor Uno, que manifiesta sus designios de salvación en la vocación a los patriarcas y en la elección del pueblo de Israel.

En este sentido sí que conviene discernir, en la sistematización y el método, la revelación bíblica del Dios Uno frente a los politeísmos idolátricos, de lo que sería después un «monoteísmo» meramente filosófico, que surgió más bien como cerrazón racionalista, en muchos casos antitrinitaria, frente al Dios creído en la fe cristiana. Conviene no reducir a este plano la profesión de la unidad de Dios que decimos ser común a los judíos, a los cristianos y a los musulmanes.