6. Fe y razón

Curso de Teología [1º] (1999-2000) Introducción a la teología (6)

6. Fe y razón (Barcelona, 25.XI.1999)

Concilio Vaticano II (1962-1965)

Concilio Vaticano II (1962-1965)

Vimos que Melchor Cano incluía entre los lugares teológicos «instrumentales» la verdad racional y la filosofía. Desde los primeros siglos, y a pesar de algunas tendencias a rechazar el conocimiento racional y filosófico en nombre de la fe, se hizo enseñanza común en la Iglesia la que describía así Pío XII:

«Es cosa sabida cuán gran estima hace la Iglesia de la razón humana, en orden a demostrar con certeza la existencia de un único Dios personal, para probar invenciblemente, por los signos divinos, los fundamentos de la misma fe cristiana, igualmente para expresar de modo conveniente la Ley que el Creador grabó en las almas de los hombres, y, finalmente, para alcanzar algún conocimiento, ciertamente muy provechoso de los misterios revelados» (Enc. Humani generis de 15 de agosto de 1950; DS 3892).

En este texto se enumeran con toda precisión cuatro tareas que la razón humana ha de realizar al servicio de la fe y de la vida cristiana:

  1. Demostrar los preámbulos de la fe, en especial la existencia de un Dios único y personal. La aptitud «esencial» de la razón para esto fue dogmáticamente definida en el Concilio Vaticano I: «La Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas; porque lo invisible de El se manifiesta, a partir de la creación del mundo, entendido por medio de lo que ha sido hecho» (Rom.1, 20).
  2. Demostrar por los «signos divinos», los motivos de credibilidad. Lo que supone el servicio de los conocimientos de orden natural a la tarea teológica de la apologética o «teología fundamental».
  3. La expresión adecuada a la vida cristiana de la Ley natural, tarea necesaria en la elaboración de la teología moral en su vertiente concreta y «prácticamente práctica».
  4. La misma elaboración de la teología, que no sería posible en su carácter racional y científico, si no asumiese el teólogo, es decir, el creyente que busca «la inteligencia de la fe», conocimientos racionales y doctrinas filosóficas.

Pero las verdades racionales y filosóficas, entendiendo por tales aquellas cuyas negaciones eran calificadas por Santo Tomás como positiones extraneae a la misma filosofía, que imposibilitan de raiz toda filosofía o alguna de sus partes, son de otro orden que los misterios revelados para nuestra salvación.

Por lo mismo la Iglesia, a la vez que los sostiene firmemente, los asume en la Sagrada Teología, e incluso los utiliza en la fórmulas dogmáticas, no los enseña en su magisterio como verdades reveladas directamente ordenadas a llevar al hombre, por la redención de Cristo, a su salvación y bienaventuranza sobrenatural.

Pero puesto que la gracia no sólo no destruye la naturaleza sino que la presupone y la perfecciona:

«Es necesario que la razón natural sirva a la fe, al modo como la inclinación natural de la voluntad sirve al amor de caridad» (S.Th. Iª, a. 8, ad IIª).

Por esto el Magisterio de la Iglesia, muy consciente de la heterogeneidad de las tareas filosóficas respecto de la fe teologal, ha ejercido siempre su autoridad, que en cierto sentido podríamos calificar de «indirecta» sobre el campo de la filosofía.

En la citada encíclica Humani generis Pío XII habló con mucha precisión de la razón de ser de que exista una filosofía «reconocida y aceptada por la Iglesia», y rechazó la posibilidad de que la fe pudiese ser conciliada con cualquier filosofía (DS 3892-3893).

En el Magisterio Pontificio encontramos dos fundamentales encíclicas que se ocupan principalmente de la filosofía: la Aeterni Patris de León XIII (de 4 de agosto de 1879) y la Fides et ratio de Juan Pablo II (de 14 de septiembre de 1998). En una y otra se recomienda especialmente el estudio de Santo Tomás de Aquino para que la filosofía cumpla sus tareas de servicio a la fe cristiana y a la dignidad del hombre.

Dado el carácter inequívoco e insistente y la recomendación de la doctrina filosófica de Santo Tomás, algunas veces se ha planteado, con intención polémica, si acaso podría suponerse una imposición doctrinal de sus tesis características y diferenciales, como si las opiniones opuestas fuesen consideradas falsas o por lo menos inseguras.

Ciertamente no es así: el Magisterio no impone la «escuela» de Santo Tomás. Pero sí que afirma explícitamente que «lo que en Santo Tomás es capital es como el fundamento en que se apoya toda ciencia natural y sagrada» (San Pío X, Motu Propio Doctoris Angelici, 29 de abril de 1914; ASS VI 1914 336-3341) y que sobre estos principios ciertos «nadie ha edificado una síntesis tan proporcionada y sólida como Santo Tomás de Aquino» (Pío XII, 17 de octubre de 1953; AAS XLV 1953, 684-686).