4. Artículos de la fe y conclusiones teológicas

Curso de Teología [1º] (1999-2000) Introducción a la teología (4)

4. Artículos de la fe y conclusiones teológicas (Barcelona 11.XI.1999)

San Buenaventura (1221-1274)

San Buenaventura (1221-1274)

«Esta doctrina no argumenta en orden a probar sus principios, que son los artículos de la fe, sino que a partir de ellos procede a poner de manifiesto alguna cosa, así como el Apóstol en I Ad Cor., cap. 15 a partir de la resurrección de Cristo argumenta para probar la resurrección común» (S.Th. Iª, q. Iª, artº. 8º).

Teniendo en cuenta que la resurrección común, es decir, la nuestra, es también una verdad revelada, de importancia decisiva para el sentido de nuestra vida cristiana, y cuya fe profesamos en los Símbolos, y así el Nuevo Catecismo la expone al comentar el artículo del Símbolo apostólico: «creo en la resurrección de la carne», comprenderemos en qué sentido el raciocinio teológico no se ejercita sólo ni primariamente en la deducción de conclusiones teológicas a partir de los datos revelados, sino que, es también tarea teológica la que fue descrita así por el Concilio Vaticano I.

«La razón ilustrada por la fe cuando busca cuidadosa, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios alguna inteligencia fructuosísima de los misterios, ya sea por analogía por lo conocido naturalmente, ya por la conexión de los misterios mismos entre sí y con el fin último del hombre» (Dei Filius, cap. 4º; DS 3016).

De aquí que el nombre de artículos de la fe, que en un sentido amplio podría ser entendido como significando toda verdad contenida en el dato revelado y propuesta para ser creída con fe teologal, tenga también en la sistematización de la doctrina sagrada un significado más propio, que menciona precisamente aquellas verdades reveladas que pueden ser punto de partida de aquella sistematización que muestre la conexión de los misterios entre sí y con la salvación del hombre por la obra redentora de Cristo.

Pero la argumentación teológica no sólo se ejerce en esta ordenación y como jerarquización de los datos revelados a partir de las que se enuncian como capitales y nucleares, sino que, ejercitándose la razón humana en la búsqueda de aquellas analogías del dato revelado con las verdades naturales, avanza demostrativamente desde los artículos de la fe hacia el conocimiento demostrado de «conclusiones teológicas».

La demostración teológica puede alcanzar al conocimiento cierto de algunas conclusiones teológicas. Partiendo de que sólo lo que está contenido en la revelación, explícita o implícitamente, puede ser definido como de fe e impuesto al asentimiento para ser creído con fe teologal, se ha negado por muchos autores que la Iglesia pueda definir dogmáticamente conclusiones teológicas. Todos conceden que puede enseñar infaliblemente sobre las mismas, pero de modo que lo opuesto a ellas sea calificado como erróneo y opuesto a la doctrina católica, pero no como herético y opuesto a la fe católica.

Garrigou-Lagrange establece así la doctrina:

«Las cosas que se deducen de los principios revelados por explicitación no son conclusiones propiamente tales, sino sólo las que han de ser obtenidas por una argumentación que las infiere del dato revelado. Pero estas conclusiones pueden ser aquellas a que se llega a partir de premisas reveladas o aquellas a que se llega por medio de premisas racionales añadidas al dato revelado. Las primeras pueden ser definidas dogmáticamente. Pero si una premisa es revelada y la otra racional, la conclusión no es propiamente revelada, ni siquiera implícitamente, sino sólo virtualmente, puesto que debe ser deducida de lo revelado, y no puede ser objeto de definición» (De Deo Uno, q. Iª, artº 2).

Otro autor tomista Francisco Marín Sola en «La evolución homogénea del dogma católico» sostiene que las verdades que se alcanzan por una argumentación que, por mediación de una premisa metafísica, alcanza a lo «virtualmente» contenido en el dato revelado, pueden ser también objeto de definición, por que en tal caso se ha producido una evolución progresiva homogénea del dogma católico, por un conocimiento cierto de lo que la revelación ya contenía virtualmente, aunque no estuviese en ella expresado formalmente, ni explícita ni implícitamente.

Esta diferencia de enfoque, aunque tiene en sí misma una gran importancia doctrinal, no conduce, en teólogos fieles al Magisterio de la Iglesia, más que a interpretaciones históricas distintas de la evolución doctrinal de la teología y de las definiciones dogmáticas. Lo que a algunos parece una argumentación propiamente dicha que alcanza a una conclusión, a otros parece una penetración de la inteligencia de la fe que simplemente explicita lo contenido en la revelación formal e implícitamente (así lo reconoce el propio Garrigou-Lagrange obra citada, p. 47).

La teología que puede alcanzar a conclusiones ciertas, o propiamente dichas, a veces confirmadas por la autoridad de la Iglesia alcanza también con mucha frecuencia con sus argumentos a «conclusiones»  que han de ser calificadas de opiniones. El propósito de coherencia sistemática de los teólogos y también la fidelidad a determinados autores, en ocasiones relacionada con la pertenencia a familias religiosas o corrientes de espiritualidad, ha originado en la Iglesia diversidad de escuelas teológicas.

En la medida en la que no puede una opinión ser tomada como la puerta para entrar en la verdad católica, ni menos como la puerta única (como notó Pío XII en 17 de julio de 1953), se explica la libertad que el Magisterio concede, e incluso exige que sea respetada, a la diversidad de escuelas (DS 2565; 2667).